¿Dónde están esos padres de las series en las que los niños son modélicos, las casas siempre
ordenadas y la dinámica familiar es impecable? ¿Dónde quedan esos adultos que nunca alzan
la voz, nunca están cansados y jamás olvidan nada?
Pero… ¿de verdad queremos llegar ahí? ¿Es ese nuestro ideal de perfección?
Aprender a fallar es parte del proceso
Hace tiempo aprendí que la vida como madre y maestra no es así. No todo sale como quiero, y
a veces que «salga» como yo quiero no significa que sea lo mejor.
Si enseñamos a nuestros hijos que no se puede fallar, que nunca se pierden los nervios, que
los adultos nunca se equivocan ni olvidan cosas, les estamos transmitiendo un mensaje poco
realista. Sin quererlo, les hacemos creer que:
✅ Fracasar es inaceptable – Si no logran algo a la primera, es un fracaso, cuando en realidad
el esfuerzo y la constancia son esenciales.
✅ No pueden expresar su opinión – Si nunca nos ven contradecir a alguien, ¿Cómo
desarrollarán pensamiento crítico y creatividad?
✅ Las emociones deben ocultarse – Si no manifestamos nuestras emociones, ¿Cómo
aprenderán ellos a gestionarlas?
El error es parte del aprendizaje
Con los años, he aprendido que tanto en casa como en el aula los errores no solo están
permitidos, sino que son necesarios. Siempre les digo a mis alumnos y a mi hijo:
«No pasa nada, estamos aprendiendo. Todos nos equivocamos, incluso los profes y los
padres.»
Porque sí, los niños no son los únicos que aprenden. La vida nos enfrenta a retos constantes, y
los padres también debemos aprender de nuestros hijos.
Todos nos sentimos desbordados en algún momento. ¿Quién no ha hablado mal a su hijo y
luego se ha sentido culpable? Como decía Alexander Pope, “errar es de humanos, perdonar
es divino, rectificar es de sabios”.
El objetivo no es evitar los errores a toda costa, sino aprender a rectificarlos, dejando atrás la
culpa y avanzando con más conciencia.
Conversaciones que sanan
A veces, por diversas razones, reaccionamos mal con nuestros hijos. Cuando la culpa nos
invade, es importante pasar por varias etapas:
-Aceptar que hemos cometido un error.
-Perdonarnos a nosotros mismos.
-Restaurar el daño a través del diálogo.
Es aquí donde podemos hacer magia: hablar con nuestros hijos con sinceridad, reconocer
nuestras emociones y pedirles ayuda. Sí, pedirles ayuda. Decirles:
“Perdona, cariño, me he pasado. Me he sentido así y necesito aprender a gestionarlo mejor.”
Estas conversaciones pueden abrir puertas maravillosas:
✔️ ¿A ti te ha pasado alguna vez? ✔️ ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ✔️ ¿Cómo te
sientes mejor en momentos difíciles? ✔️ ¿Crees que podemos ayudarnos mutuamente?
Así, les enseñamos que fallar no es el fin del mundo, que frustrarse es parte de crecer, que
pueden levantarse después de cada caída, expresar lo que sienten con respeto y, sobre todo,
hablar con la verdad por delante.
¿Nos sumamos al cambio?
Yo apuesto por esto, por una crianza más humana, real y consciente. ¿Y vosotros?