Por Juan Carlos García Tutor 4º primaria en el Colegio Lagomar
Corría el año 1984.

Chuchi, un compañero de clase, comenzó a hablarme de un grupo de música que, por aquel entonces, me era absolutamente desconocido. Pioneros en España de lo que se llamó pop electrónico, Aviador Dro destilaba con sus letras un interés por la ciencia ficción, el futurismo y lo cósmico-espacial que, hasta entonces, tan solo grupos como Kraftwerk, en Alemania, habían abordado.
Una de las canciones, que en una cinta (no pensar en cinta para el pelo) grabada de la radio me dejó mi amigo, llevaba por título, “La televisión es nutritiva”. Un elogio a lo que por aquel entonces era “el demonio tecnológico” de la época, había que escucharlo bajito y con el cassette (ese aparato, que ahora suena antediluviano, y que se usaba para escuchar música) pegado al oído.
La televisión, llamada “caja tonta” por los efectos perversos que causaba, era el origen de muchos de los males que nos rodeaban: las malas notas, las ideas “revolucionarias”, la forma de hablar, etc. Aunque es más que probable que programas como “La bola de cristal”, “Contacto” o “Cajón desastre”; no tuvieran cabida en la televisión de hoy, dominada por la exaltación de la ignorancia, los tertulianos histriónicos y la superficialidad.
En la actualidad, la tecnología ha cambiado tanto que la TV ni siquiera es considerada como tal, y son otros soportes tecnológicos los que cercenan nuestra atención y nuestra capacidad de razonamiento.
En un país polarizado hasta la médula se ofrecen siempre dos opciones: tecnología sí, tecnología no. Y sobre ese debate se erigen expertos en una u otra tendencia para llenarse de argumentos que, o bien muestran los beneficios de la tecnología en las escuelas o, por el contrario, esgrimen que la culpa de todos los males es la digitalización progresiva de los centros escolares. ¡Como si la sociedad no estuviera, ya de por sí, suficientemente digitalizada!
¿Y si más que en el sí o en el no, nos centramos en el cómo? Que la escuela no debe apartarse de la tecnología es algo con lo que todos deberíamos estar de acuerdo. Ahora bien, que esta no es el fin sino el medio que nos ayude a la consecución de nuestros objetivos, también nos debería hacer coincidir.
Tomás de Aquino decía que “el asombro es el deseo para el conocimiento”. Por lo tanto, ya tenemos una base sobre la que asentar el uso de cualquier herramienta tecnológica. Que asombre. Pues tan solo lo que asombra genera el deseo de conocer más. El asombro además, va unido a una emoción (¡qué más humano que una emoción!) que es la sorpresa. Parafraseando a Francisco Mora, introduce una jirafa en un aula y todos y todas empezarán a prestar atención.
Si somos nosotros los que humanizamos la tecnología conseguiremos que nos aporte los nutrientes necesarios para que nuestro menú sea apetitoso y entre por los ojos. Si no, habrá que crear una nueva canción que diga: ¡La tecnología no es nutritiva!